Para desinflacionar a un país especialmente como el caso de la Argentina en donde el gobierno heredó una inflación mensual del 25% lo cual definía una situación muy cercana a la híper, resulta esencial enfriar sustancialmente a la economía real. Lo que se busca con la retracción de la actividad económica es frenar el exceso de demanda y que dicha dinámica contractiva genere una presión descendente en la tasa de expansión de precios. Este es el manual básico para luchar contra la inflación y también resalta lo costosa que es una dinámica inflacionaria una vez que se instaura en la psicología de un contexto económico. Cuanto más arraigada estén las expectativas inflacionarias en la mentalidad de una coyuntura, mayor dolor habrá que implantar en la economía real a los efectos de desterrar la perversa dinámica del incremento de precios. Y esta es la realidad que le tocó enfrentar al actual gobierno y los costos que estamos observando en términos de retracción de actividad económica son muy altos pero a la vez, obvios, indispensables e inevitables. En primera instancia, es una pésima idea inflacionar a un país porque los costos asociados a su corrección terminan siendo altísimos y los argentinos nos pasamos los últimos ochenta años casi sin excepción cometiendo una y otra vez el mismo error. Una de las grandes víctimas de la inflación crónica es el crecimiento sostenido, otro gran ausente de la economía argentina que explica el notable salto en los niveles de pobreza. Simplemente, en un contexto inflacionario no se puede vivir, no se puede prosperar y no se puede invertir. Desterrar a la inflación como prioridad número uno es la antesala a todo lo demás y ese pareciera haber sido el diagnóstico del equipo económico.
Esta realidad de sumo recalentamiento en precios es la que aproximadamente
se viene viviendo en la Argentina desde enero 2024 y si bien los avances en
materia inflacionaria han sido impensadamente formidables también es cierto que
todavía estamos a mitad de camino para una economía que ya lejos está de
inflacionarse mensualmente al 25% y se acerca con velocidad al quiebre del 10%
y hacia abajo, lo cual es una excelente noticia. Dado que en la Argentina el
desarrollo del mercado de capitales es muy limitado, intentar doblegar a la
inflación mediante subas en las tasas de interés probablemente no funcione y de
esta forma, los países que presenten situaciones similares a nuestra nación
deben ir por una contundente retracción en los saldos monetarios reales y tal
es el caso para lo actuado recientemente por el equipo económico. Frente a una
economía que a inicios de año se inflacionaba al 25% mensual, la decisión de no
emitir pesos ocasionó una formidable reducción en los saldos monetarios reales
en un proceso sumamente irónico en el sentido que la desinflación futura se
ocasiona precisamente por la inflación actual, la cual ante un entorno de no
emisión de pesos carcome formidablemente la oferta monetaria real generando de
esta forma, una notable caída en los saldos monetarios. Obviamente esta
reducción en saldos monetarios reales es el gran contribuyente a la disminución
de la tasa a la que crecen los precios pero a la vez será un gran contribuidor
a la significativa recesión que deberá soportar la economía Argentina por los
próximos meses, al menos hasta tanto el problema inflacionario se haya mitigado
totalmente como bien podría ser el caso hacia el cierre del 2024 y/o inicios de
2025.
También es cierto que Argentina tiene un sistema electoral muy
cortoplacista en el sentido que el presidente de turno a poco de asumir debe
hacer frente al veredicto de las elecciones legislativas, las cuales ocurrirán aproximadamente
a mediados del 2025. Se hace casi imposible intentar ganar una elección en
contextos recesivos de manera tal de que probablemente el plan del equipo
económico haya sido desde inicio ejercer una formidable reducción de oferta
monetaria real entendiendo que la misma condenaría a la economía argentina a una
fortísima recesión pero intentando a la vez con dicho proceso maximizar la
velocidad a la que se desinflacionarían los precios, lo cual pareciera que
viene funcionando muy bien. En este contexto es razonable imaginar para el 2025
que nuestra economía haya vencido su principal drama, la inflación, y que el
gobierno intente ir por su segundo dilema: reactivar una economía que hace más
de diez años no puede crecer sostenidamente. Resulta inverosímil utilizar el
concepto de crecimiento para el 2025, en el mejor de los casos la economía argentina
podría tener un fuerte rebote económico y con dicho escenario el gobierno
podría encarar las legislativas del 2025 con dos resultados muy favorables: “desinflación”
y “expansión económica”.
Si bien en este país el electorado tiene una tendencia a confundir rebote
económico con crecimiento, los mismos son conceptos totalmente distintos. Es
imposible hablar de un proceso de crecimiento sin una modificación total del
sistema regulatorio argentino, aspecto que probablemente solo se va a conseguir
cuando este gobierno logre si es posible, la mayoría en el Congreso que le
permita ir por los cambios de fondo. Pero en esa realidad tenemos el dilema del
huevo y la gallina: para lograr mayoría en el Congreso es necesario ganar las
legislativas y para ello es indispensable mostrar una economía que se desinflaciona
y reactiva a la vez. Por lo tanto, es razonable imaginar un gobierno que intente
desinflación en 2024, rebote en 2025 y una reforma contundente del sistema
regulatorio argentino para que a partir de dicho evento podamos poner la
Argentina en un sendero de crecimiento sostenido, uno que nunca debió abandonar
desde 1945.
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