Uno
de los cambios estructurales más relevantes en la economía argentina actual, y
al mismo tiempo uno de los menos comprendidos, es la transformación en la
matriz de generación de divisas. A contramano de los diagnósticos
tradicionales, que siguen anclados en debates sobre atraso cambiario o
devaluaciones pendientes, lo cierto es que la economía argentina transita un
proceso silencioso pero profundo de recomposición de su capacidad exportadora.
Lejos de escasear, los dólares tenderán a abundar si se consolida el rumbo
actual.
Algunos
de estos datos son elocuentes. De acuerdo a información suministrada por la
Bolsa de Comercio de Rosario y el Ministerio de Economía, la capacidad neta de
generación de divisas para los sectores agroindustrial, energía y minería
sumados, podría duplicarse en apenas ocho años, pasando de USD 48.000 millones
en la actualidad a aproximadamente USD 89.000 millones para 2033. Esta
expansión no se explicaría por crecimiento en las exportaciones netas del agro,
que para ser “muy conservador”, la consideraré constante en el promedio de
último lustro (USD 35.000 millones), que hoy representa el 73 % de las
exportaciones netas de los tres sectores sumados y cuya participación relativa
descendería al 39% para 2023. El impulso provendría de dos sectores
estratégicos: energía y minería, que juntos alcanzarían el 61 % del total
exportador neto para ese horizonte temporal. En términos absolutos, implicaría
un incremento de USD 41.000 millones anuales, equivalente a un crecimiento del
85 % y esto es repito, suponiendo que la capacidad de exportaciones netas del
campo se mantendría constante en su promedio del último lustro. En 2033, energía
y minería sumados, generarían 1,54 veces lo que hoy aporta el complejo
agroexportador.
Todo un país cuelga de una sola teta: la del campo, y ya viene siendo
hora de liberarlo. Utilizando la misma fuente de información, el 92% de los
dólares netos que generó Argentina entre 2020 y 2025 vinieron exclusivamente del
campo. USD 177.792 millones del agro y minería: USD 14.987 millones. Energía,
autos, químicos y resto: déficit de más de USD 116.000 millones. La industria
local, tan defendida por el populismo, no podría existir sin la asistencia permanente
del campo. Vaca Muerta ya se suma a esta ecuación, creciendo en la generación
de exportaciones netas. Para 2023, energía y minería podrían generar USD 41.000
millones adicionales. Esto permitirá, en los próximos años, liberar al campo de
las retenciones. Un campo liberado se convertirá, junto a la energía, en el eje
del crecimiento de la próxima década. Esto es precisamente lo que el populismo
quiere discontinuar.
Este proceso redefine de forma
estructural la balanza de pagos. Por primera vez en décadas, la generación de
divisas dejaría de depender casi exclusivamente de factores climáticos y
agrícolas, y se apoyaría en una matriz más diversificada y resiliente. La
estabilidad macroeconómica, tantas veces postergada, encuentra aquí un punto de
anclaje real y sostenible. No se trata simplemente de un cambio en la política
fiscal o monetaria. Se trata de una transformación profunda en los fundamentos
productivos de nuestro país.
Este
fenómeno también tiene implicancias relevantes sobre el mercado laboral.
Mientras subsisten advertencias sobre el impacto del nuevo modelo económico en
sectores industriales históricamente protegidos, el núcleo de la estrategia
actual apunta a potenciar aquellas actividades con ventajas comparativas
genuinas, capaces de generar divisas y empleo formal de calidad. La energía y
la minería son, en este sentido, vectores centrales del nuevo paradigma
productivo de la Argentina. Vaca Muerta y el litio no son ya una promesa
futura, sino realidades en exponencial expansión, respaldadas por inversión en
infraestructura, mejoras tecnológicas y un contexto global de demanda
creciente. Este proceso permite prever una transformación en la estructura
ocupacional del país, con mayores niveles de empleo, mejores remuneraciones y
menor dependencia del aparato estatal.
En
este contexto, este modelo económico libertario en consolidación presenta una
ruptura explícita con el patrón anterior, basado en subsidios, protección
arancelaria y transferencias discrecionales. En su lugar, se propone un entorno
basado en competitividad genuina, eficiencia productiva y apertura económica.
Sectores naturalmente eficientes, como el agro, la energía y la minería, serían
los principales beneficiarios de esta transición debido a que no requieren
protección: generan divisas, empleo y crecimiento por sí mismos.
El
verdadero desafío se plantea para aquellas industrias que se desarrollaron al
amparo de un modelo cerrado y regulado. La apertura y la competencia implican
una reconversión profunda, que no debe ser interpretada como una amenaza, sino
como una oportunidad de adaptación. Como en toda transformación estructural,
habrá ganadores y perdedores. Pero esta vez, lo que define el éxito no es el
acceso al privilegio prebendario, sino la capacidad de innovar, competir y
aportar valor en un entorno más transparente y competitivo. En definitiva, el
nuevo ancla conceptual de esta economía libertaria no es una variable nominal.
Es una redefinición del aparato productivo orientada a incrementar la capacidad
estructural de generación de divisas. Si este proceso se consolida, la
discusión sobre la escasez de dólares quedará superada para siempre en tanto y
en cuanto nuestros amigos populistas no retornen al poder. Y con ello
desaparecería una buena parte de los dilemas históricos de la macroeconomía
local.
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