En
el frente bursátil, el Merval y las elecciones en la Provincia de Buenos Aires
están más conectados de lo que parece. Tanto quien se posicione comprado como
quien lo haga vendido de cara a septiembre, difícilmente vea resultados
relevantes antes del lunes posterior a los comicios, en la apertura. Ese día,
el movimiento puede ser abrupto y vertical. Hasta entonces, no hay razones para
esperar un cambio de tendencia significativo, por lo que seguirlo diariamente
con expectativas de grandes variaciones es, en el mejor de los casos,
improductivo. El riesgo político ligado al kirchnerismo sigue siendo demasiado
alto como para pasarlo por alto, y eso en Wall Street lo entienden muy bien.
Este
riesgo se amplifica en un contexto político que está experimentando un cambio
de ciclo inédito. Las narrativas de izquierda, construidas sobre la figura de
un Perón que los más jóvenes desconocen, han perdido capacidad de movilizar.
Está emergiendo una generación que no identifica como propia ni al peronismo ni
al radicalismo, y eso rompe con décadas de hegemonía partidaria. El peronismo
nunca enfrentó una amenaza así: es el principio del fin para una clase política
que vivió durante décadas de la nuestra, sin generar nada a cambio. Paradójicamente,
muchos de esos dirigentes aún no lo comprenden y persisten en estrategias
obsoletas que ya no escucha nadie.
En
este escenario, la urgencia del peronismo por frenar el avance libertario es
evidente. Septiembre y octubre serán decisivos. Si el modelo actual sigue
consolidándose, cada vez más argentinos que hoy dudan del liberalismo
terminarán defendiéndolo. La macroeconomía muestra señales de encarrilamiento,
y el marco que se está generando permite, por primera vez en mucho tiempo, que
un ciudadano dispuesto a trabajar honestamente tenga posibilidades reales de
progresar. El reloj corre, y si el peronismo no actúa con rapidez, el modelo
libertario lo desplazará política y económicamente.
En
materia económica, hay un concepto básico que conviene recordar: sin
convalidación monetaria, la inflación no se sostiene. Aunque el discurso
mediático vinculado al dólar busque instalar otra idea, con agregados
monetarios bajo control es imposible que la inflación persista. El gobierno
actual heredó una tasa mensual del 20% y ya la redujo al 1,6%. Si la tendencia
continúa, el próximo año podría converger al 0%. Es la teoría cuantitativa del
dinero puesta en práctica: la inflación es un fenómeno puramente monetario. La
“multicausalidad” es, en este marco, un verso ideológico sin sustento posible,
una sarasa que el radicalismo y el peronismo nos viene contando desde hace
ochenta interminables años. El equipo económico está haciendo lo correcto; lo
prudente es dejarlo trabajar y es en esta dimensión en donde al peronismo le
queda poco tiempo.
Pero
estabilizar no alcanza: hay que crecer también. Y para crecer, Argentina debe
apoyarse en tres motores estratégicos: el campo, la energía y la minería.
Energía y minería no sólo complementarán al agro, sino que pueden ser el
catalizador de un ciclo expansivo sostenido. La idea de que el fracaso es para
la Argentina un escenario inevitable carece de base: con un desarrollo
coordinado de estos sectores, la pobreza podría erradicarse en forma
definitiva.
En
este punto, la comparación justa es clave. A diferencia de gestiones anteriores
que no corrigieron ni déficit ni inflación, esta sí lo está haciendo. Llevamos
ocho décadas de deterioro sistemático, y pretender medir a la Argentina con la
vara de Noruega es caer en una falacia. Por el contrario, esta gestión debe
evaluarse frente al escenario que heredó, y en ese contraste, las mejoras son
innegables. El que “no lo ve” probablemente nació en Marte, esté perdiendo
privilegios, o no quiera enterarse.
Cuando
se proyecta hacia adelante, hay margen para el optimismo. Se están registrando
avances que no se vieron en otros gobiernos. Apostar fuerte por energía y
minería no es casualidad: según estimaciones del Ministerio de Economía, en
ocho años estos sectores podrían generar exportaciones netas por USD 40.000
millones anuales o sea, otro campo mas. Manteniendo este rumbo, Argentina no
sólo puede alcanzar prosperidad, sino también, por primera vez en mucho tiempo,
imaginar el final definitivo de la pobreza.
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