La flexibilización de las bandas cambiarias incorpora un grado de
libertad adicional que el mercado venía demandando. Tras el rally post
electoral, Wall Street operó con cautela hasta comprender el nuevo marco de
política económica, y en ese proceso fue presionando hasta obtener mayores
señales de consistencia: recuerden, Wall Street te rompe hasta que se entienda.
La reacción reciente sugiere que ese entendimiento comienza a consolidarse. Si
Argentina crece como espero en 2026, la re-monetización asociada a la compra de
dólares debería ser absorbida sin consecuencias inflacionarias relevantes. En
una economía en expansión, la demanda de dinero aumenta, lo que permite
incorporar liquidez sin tensiones significativas sobre los precios. Incluso, si
esa dinámica generara alguna presión transitoria al alza, no sería un desvío
preocupante dentro de un proceso de normalización macroeconómica y el claro
sendero desinflacionario conquistado por este gobierno a fuerza de ortodoxia
fiscal y monetaria. De hecho, experiencias comparables muestran que aceptar un
sendero inflacionario temporalmente por encima del objetivo puede ser
consistente con una estrategia orientada a consolidar el crecimiento y el
empleo, tal como la Reserva Federal de Estados Unidos nos enseñó durante este
2025 que se va terminando.
El mercado de bonos parece haber
leído este esquema con claridad. Los soberanos argentinos continúan subiendo y
el riesgo país muestra señales de querer perforar el umbral de los 500 puntos
básicos en el cortísimo plazo. La decisión de flexibilizar las bandas y avanzar
en la acumulación de reservas vía re-monetización fue bien recibida. La
contracara natural de ese proceso es el fortalecimiento del balance del Banco
Central vía incremento de reservas, un elemento clave para seguir reduciendo el
costo de financiamiento soberano. Este enfoque tiene sentido en función del
2026 que se perfila. Una Argentina que crece es una nación donde la demanda de
dinero aumenta, la re-monetización se vuelve viable y la acumulación de
reservas refuerza la credibilidad del programa. Todo ello contribuye a un
círculo virtuoso: menor riesgo país, menor tasa de descuento, mejores
valuaciones de activos y mayor inversión. Durante todo el 2025 Wall Street
reclamó que Argentina pudiera demostrar que es capaz de incrementar las
reservas líquidas del Banco Central y estas medidas de flexibilización apuntan
en dicha dirección.
En ese contexto, la economía
argentina atraviesa una transformación que va mucho más allá de la
estabilización coyuntural. Se está reordenando el sistema de incentivos, los
precios relativos y las señales económicas. No se trata simplemente de un
ajuste, sino de un total cambio de paradigma. Durante décadas se privilegió la
protección por sobre la productividad, lo que derivó en inflación crónica,
pérdida de competitividad y deterioro del salario real. La inflación no fue la
causa última de esos desequilibrios, sino su manifestación monetaria. La
discusión sobre el rumbo productivo tampoco es nueva. El modelo exportador
posicionó a la Argentina entre las economías más prósperas del mundo, mientras
que la industrialización cerrada generó largos períodos de estancamiento y
empobrecimiento relativo. La evidencia histórica es clara, aunque incómoda. En
esta etapa, no se espera un alivio cambiario pleno vía devaluación para los
sectores transables. La mejora vendrá por otro lado: reformas laborales e
impositivas, junto con un ajuste más profundo del gasto público, especialmente
a nivel provincial y para ello se necesita el compromiso de la oposición. De
esta forma, el alivio no depende exclusivamente del Ejecutivo Nacional, sino de
que el sistema político acompañe este proceso.
En paralelo, comienza a observarse una mejora en la estructura de
expectativas y en la formación de precios de mediano plazo. La curva soberana
empieza a reflejar no solo menor riesgo de default, sino también una menor
prima por incertidumbre macroeconómica. A medida que se consolida el ancla
fiscal y se fortalece el balance del Banco Central, el crédito deja de ser un
factor de estrés y pasa gradualmente a convertirse en un vector de crecimiento.
Este proceso de “crowding in” de la inversión privada es clave para sostener la
expansión, ya que permite canalizar el ahorro hacia proyectos productivos,
profundizar el mercado de capitales y reducir la dependencia del financiamiento
externo. Finalmente, la baja del riesgo país resulta central porque reduce la
tasa a la que se descuentan los activos argentinos, los vuelve más atractivos
para la inversión y promueve el crecimiento y el empleo. Si este sendero se
consolida, Argentina tendrá condiciones macroeconómicas mucho más favorables
para sostener un ciclo sostenible de crecimiento.
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